Algunos de mis amigos no me perdonan que en su día les engatusara (sigo, irredento de mí, haciéndolo con todo el que puedo) para que vieran esta cinta que, a mi juicio, es una de las mayores perlitas del cine de animación y una película de esas que se antojan imprescindibles.
“Demasiado triste”, dicen. Probablemente, o mucho más que eso, desagarradora como la vida misma, pero en el cine no todo son vino y rosas, y la sensibilidad, sencillez, profundidad y sobriedad de la que cinta nos ocupa es proverbial. No oculto que me encanta. Quizás porque en mi ingenuidad sigo pensando que el cine puede cambiar el mundo o, quizás sencillamente porque me gustan las historias que mueven mi conciencia.