Crítica: ‘De latir, mi corazón se ha parado’

Director: Jacques Audiard.
País: Francia (2006).
Duración: 107 minutos
Género: Drama.
Intérpretes: Romain Duris (Tom), Niels Arestrup (Robert), Aure Atika (Aline), Emmanuelle Devos (Chris), Linh Dan Pham (Miao-Lin), Jonathan Zaccaï (Fabrice), Gilles Cohen (Sami), Anton Yakovlev (Minskov), Mélanie Laurent (Novia de Minskov).
Guión: Jacques Audiard y Tonino Benacquista, inspirado en la película ‘Fingers’ (1978), de James Toback.
Producción: Pascal Caucheteux.
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Stéphane Fontaine.

Hay una causa evidente de la superioridad de esta cinta sobre ‘Un héroe muy discreto’ y ‘Lee mis labios’, las dos películas precedentes dirigidas por Jacques Audiard. Se trata de su simplicidad, de la notable sencillez de su construcción, hecha con encuadres y movimientos de cámara nítidos y precisos, montados luego con ganas de obtener una secuencia transparente. Hay en aquellas dos películas un relato y un programa de personajes y situaciones curvo, con forma de meandro, a veces sobrecargado de retórica visual, pero en pocas ocasiones tan eficaz como este ‘polar’ francés de título elocuente, ‘De latir, mi corazón se ha parado’. Es ese palpitar continuo de la vida el núcleo argumental de la película del realizador galo, basada en el clásico del cine ‘indie’ americano ‘Melodía para un asesinato’ (Fingers), de James Toback.

Audiard acude a los postulados clásicos del ‘film noir’ europeo para contar una historia que trasciende el abordaje del mero delito para trazar cuadros sociales más complejos. La escena inicial del desalojo de una casa marca el tono de la cinta pero, a partir de esos minutos iniciales, se desarrolla como en una partitura de jazz, con constantes fracturas de ritmo para abrir paso a un ejercicio de cine ascético y a un desfile de fotogramas lleno de simplicidad, pero que no desarrolla un asunto simple, sino por el contrario complicado, muy complicado, de esos que se prestan a dar patinazo que ciertamente aquí nunca llega a producirse, lo que denota la firmeza narrativa de Jacques Audiard.
 

«De battre mon coeur s’est arrêté», que no es una película complaciente, pero que continuamente golpea la sensibilidad del espectador por la veraz falibilidad psicológica de sus personajes y el preciosismo de su puesta en escena, se articula en torno a un personaje magnífico, Tom, un joven cargado de energía, furia, pasión y un gramo de locura, que se debate entre seguir los pasos de su padre en el sórdido negocio inmobiliario o convertirse en un virtuoso concertista de piano como su madre.

Hay ráfagas de cine vivo, además de cine comercial, en el sagaz dispositivo dramático, en los contrapuntos y choques de luz que proceden de una fotografía muy hermosa, gélida y de gran refinamiento. Cine que funciona, se respira, embauca, convence allá donde otros fracasan, sobre todo, en ese juego de prestidigitación narrativa de vieja y noble estirpe que propone su director y en el sobresaliente juego interpretativo del reparto. Tira de este reparto y lo galvaniza un Romain Duris convencido, atrapado en lo que hace y sostiene con escasos remilgos a su frenético y funambulesco personaje en territorios movedizos y arriesgados, pero surcados por él con ímpetu, oficio y gallardía, sin rozar nunca la resbaladiza rampa del ridículo como ya demostrara en ‘Las muñecas rusas’. Por el contrario, irrumpe en la pantalla por todo lo alto y, con la ayuda de la cámara de Audiard, mantiene una intriga creciente. A su lado contrasta la abrupta caracterización de Niels Arestrup y la frescura de Linh-Dan Pham, en el papel de una pianista oriental.

Recompensada con nada menos que ocho premios César -de diez candidaturas- por la Academia de Cine francesa, ‘De latir, mi corazón se ha parado’ atestigua, como ya hiciera ‘Lee mis labios’, que Jacques Audiard es el mejor cineasta de su generación y logra poner en movimiento una batalla hipnótica de sexo, violencia, acción y música.